No sé qué tipo de amor será.
Porque tiene que haber varias formas de amar, eso seguro.
Pero hay una, una forma de amar, que desgarra cada centímetro del alma. Y se lleva consigo cada parte de ti. Esa forma de amar que solo te deja dormir cuando escuchas su respiración. Y que hace que todos los días tengan la pasión de un viernes. La paz de un domingo. Ese amor que no te deja dormir, y que cuando lo hace no sale de tus sueños. Esa forma de amar que hace que todo merezca la pena. Que las locuras se vuelvan el día a día. Que cada segundo forme parte de un futuro. De una vida que ya estaba escrita, que se sale del guión y mejora cada día. Esa forma de amar que hace de una vida, la vida.
El tipo de amor que tú me diste y que yo quise darte siempre.
De lo que nunca debí escribir.
martes, 29 de octubre de 2013
viernes, 4 de octubre de 2013
De lo que nunca debí escribirte.
O de lo que nunca te dije por miedo a que te quedases y nos hundiésemos, poco a poco, entre besos suicidas y abrazos de despedida.
O de lo que te dije para que te quedases mientras te ibas y yo te dejaba irte, sabiendo que sin quererlo era la única forma de no perdernos.
O de cómo nos perdimos por no saber encontrarnos en el camino de vuelta. Por tropezar con la misma piedra una y otra vez y no quitarla del camino porque, de vez en cuando, el roce del asfalto en la cara, parece como que alivia el dolor del alma.
O de cómo te escribí cada día y cada noche, esperando que de algún modo conservásemos algo de esa telepatía con la que lograbas conciliarme el sueño cuando no podías estar conmigo, en mi-nuestra cama, cuando no podíamos abrazarnos, y de lejos tu respiración me llegaba. Como si todo eso siguiese existiendo, no dejé de escribirte y de llamarte sin descolgar el teléfono.
O de cómo, finalmente, nos perdimos, y sin darnos cuenta se acabó.
O de lo que nunca te dije por miedo a que te quedases y nos hundiésemos, poco a poco, entre besos suicidas y abrazos de despedida.
O de lo que te dije para que te quedases mientras te ibas y yo te dejaba irte, sabiendo que sin quererlo era la única forma de no perdernos.
O de cómo nos perdimos por no saber encontrarnos en el camino de vuelta. Por tropezar con la misma piedra una y otra vez y no quitarla del camino porque, de vez en cuando, el roce del asfalto en la cara, parece como que alivia el dolor del alma.
O de cómo te escribí cada día y cada noche, esperando que de algún modo conservásemos algo de esa telepatía con la que lograbas conciliarme el sueño cuando no podías estar conmigo, en mi-nuestra cama, cuando no podíamos abrazarnos, y de lejos tu respiración me llegaba. Como si todo eso siguiese existiendo, no dejé de escribirte y de llamarte sin descolgar el teléfono.
O de cómo, finalmente, nos perdimos, y sin darnos cuenta se acabó.
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