viernes, 4 de octubre de 2013

De lo que nunca debí escribirte.
O de lo que nunca te dije por miedo a que te quedases y nos hundiésemos, poco a poco, entre besos suicidas y abrazos de despedida.

O de lo que te dije para que te quedases mientras te ibas y yo te dejaba irte, sabiendo que sin quererlo era la única forma de no perdernos.

O de cómo nos perdimos por no saber encontrarnos en el camino de vuelta. Por tropezar con la misma piedra una y otra vez y no quitarla del camino porque, de vez en cuando, el roce del asfalto en la cara, parece como que alivia el dolor del alma.

O de cómo te escribí cada día y cada noche, esperando que de algún modo conservásemos algo de esa telepatía con la que lograbas conciliarme el sueño cuando no podías estar conmigo, en mi-nuestra cama, cuando no podíamos abrazarnos, y de lejos tu respiración me llegaba. Como si todo eso siguiese existiendo, no dejé de escribirte y de llamarte sin descolgar el teléfono.

O de cómo, finalmente, nos perdimos, y sin darnos cuenta se acabó.

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